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7 de marzo de 2014

A USTED, SEÑOR INTANGIBLE


He de confesarle… que le amo.
Que los besos que a veces me da, me enternecen.
Cuando son tan superficiales y tan livianos, que apenas los atrapo,
que se quedan estampados en algún anhelo.
Y los percibo en mi piel,
suaves, graduales, de abajo a arriba, por mi cuerpo, poquito a poco,
como si me vistieran con una prenda de arrumacos de terciopelo.
Que las palabras que de tarde en tarde me susurra, me emocionan.
Cuando son tan espontáneas y fugaces, que casi nunca las retengo,
que se quedan repetidas en algún recuerdo.
Y las respiro en mi rostro,
cálidas, intermitentes, alrededor, por mi cabeza, a pequeñas ráfagas,
como si me aturdieran con una bofetada de aliento de enamorado.

Por eso le confieso ahora que yo le amo.
Y no, mientras le cuento esto no estoy llorando, aunque así lo crea.
Que las lágrimas que en alguna ocasión ve caer, son imaginaciones suyas.
Que los suspiros que de vez en cuando me escucha, son murmullos sin significado.
Cuando son tan intensos, que sólo mi corazón los palpita.
Cuando son tan dolorosos, que yo sólo quiero padecerlos.
Cuando son tan profundos, que sólo para mí los comparto.

Espero que también algún día me ame, como yo a usted.
Entonces, si lo desea, ya nos besaremos, y nos diremos.
Y si quiere, también le lloraré, y le exhalaré todos mis suspiros.
Pero entonces busque dentro de mí. Allí le estoy aguardando.

No importa si usted no siente nada, ahora, mañana o nunca.

De todos modos, aún así… yo le confieso que le amo.


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