Abraza fuerte… a mí…
al aire y a la
tierra,
a las gotas y a las
brasas,
hasta que tus manos
ardan;
culebras en mi
vientre.
Y enroscadas,
apiadarme no pueda.
Hasta que tu pecho
lleve,
el murmullo leve,
perenne,
de mi gemir.
(Esos besos tuyos…
¡Ay!
que son susurros y no
me dejan).
Porque somos, amor,
estos robustos
brazos
retorcidos en la
corteza,
una savia sola
que emana de las
arterias.
Somos sudor de ámbar;
el dulce aroma de
nuestros encuentros.
Somos cabellos
revueltos
como hojas que se
lleva el viento.
Somos raíces, somos
ramas,
somos dedos de pies
superpuestos.
Vello y musgo,
rocío y piel,
somos el agua que
tiene sed,
somos la lluvia de la
que se ha de beber.
Y amor, somos,
esa agua que nos
nutre,
y ese aire que nos
eleva,
y esta tierra que nos
amarra,
y este fuego que nos
consume.