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29 de noviembre de 2016

AQUELLA MUJER DE LOS GATOS

No te mira nunca, pero yo sí la veo cada atardecer cuando paseo a Lulo. En esa plazuela a las afueras de la ciudad, con dos arboledas marchitas y otro par de bancos de piedra carcomido por los excrementos. Silenciosa, donde hace semanas se podían oír inquietas a las golondrinas. A la misma hora antes de cenar, las hojas de un arbusto se sacuden como si alguien o algo lo estuviera revolviendo desde dentro. Y la veo. De aquella mujer llego a ver su espalda ancha y jorobada, cubierta por una chaquetilla de punto, unas zapatillas de estar por casa de cuadros, y su grasiento pelo gris. Pero nunca me mira. Y nunca veo sus ojos. Veo de aquella mujer, entre los huecos de las hojas agitadas, una de sus manos de dedos raquíticos y temblorosos, y cómo parece ir a tocar algo escondida en los claroscuros. Lulo se acerca a husmear; tiro de la correa mientras le ordeno callar. El matorral deja de moverse. Quiero volver a casa, pero mi mano se queda sosteniendo la cuerda, tan paralizada como mi respiración, y no puedo dejar de intentar percibir entre esas hojas que no se mueven ya. Hay silencio. Silencio de abandono, como el de ese carrito de la compra sucio y abierto al lado de aquella mujer. Hasta que un maullido desde  allí me despierta. Quiero regresar a casa pero no puedo dejar de intentar acercarme para mirar, aunque mis pies procuren no hacer crujir las ramas del suelo, y tenga que tomar en brazos a Lulo y apretarlo contra mí. Y aunque acerque mis ojos entre los huecos de las hojas, y le susurre a mi perro que no diga nada. Hasta intentar mirar, con sigilo. Puedo ver cómo los gatos callejeros beben apacibles de un recipiente de agua, y comen callados bolas de pienso de un trozo de cartón. Y a ella. Su imagen encorvada, sacudiendo su tronco de espaldas a mí. Plumas que vuelan para todos lados. Algunas golondrinas muertas y desolladas entre el alimento seco de los gatos.  Casi grito. Y veo a aquella mujer que no te mira nunca, pero que entonces sí me está mirando, quieta. Y veo su boca ensangrentada.  A aquella mujer a la que nunca veo sus ojos. Miro sus ojos, y sus pupilas son dos líneas brillantes y delgadas. 

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